LAS AUDIENCIAS DE ANTES Y LAS DE AHORA
Sin lugar a dudas, la audiencia es la parte más emocionante del proceso para un abogado litigante, y en general para todos. La bondad más grande que tiene el nuevo sistema procesal (aunque no tan nuevo ahora, 2020) que entró en vigencia con el Código Orgánico General de Procesos, es la dinámica en audiencias. Quienes tuvimos la suerte de litigar aún con el antiguo procedimiento (Código de Procedimiento Civil), recordaremos las audiencias muy distintas a las de ahora, y aún más distintas a aquellas que vimos en las películas americanas que se caracterizan por el apasionamiento de los personajes que intervenían en ellas, que nos hacían estremecer hasta las fibras más profundas del ser y decíamos: “¡Abogadazo!”; pero, si alguien grababa una de las audiencias de antes, con su dinámica limitada, logística inadecuada y a veces (muchas veces) sin la presencia del juez, pues bueno, dudo que esa película logre una nominación al Oscar.
Para que comprendamos el contraste deberemos graficarnos un escritorio modular de atención al público que queda bien para las oficinas, centros de atención al cliente, e inclusive para el dormitorio del hogar donde hagan deberes los muchachos. Esos escritorios normales, rectangulares, de ese material sintético que parece madera, pero no es, con una silla adelante para que se siente una (y solo una) de las partes. Esa era la sala de audiencias por default que teníamos (al menos en Pichincha), una instalación completa, junto a otra estación gemela, con modulares unidos. Muchas veces uno de los funcionarios tenía su escritorio junto al de otro funcionario, de otro juzgado, tal es así que si ambos tenían audiencia a la misma hora y venían actor y demandado de ambas partes, se hacía un gentío, quizás por eso, a veces, no iba el juez.
Esta descripción propia de una obra de Kafka era la realidad que teníamos antes, y así nos desenvolvíamos, pero no era lo mismo. Antes, cualquier discurso apasionado con respecto al Derecho, a la justicia, a los elementos dogmáticos de imprescindible atención para que exista una comprensión adecuada del caso, eran motivo de interrupción inmediata y reproche por parte del funcionario que tenía que transcribir las palabras de a quien le correspondía el turno de hablar, por lo que en la práctica la intervención generalizada en las audiencias se limitó a un diálogo parecido a este:
Funcionario: ¿Hay acuerdo?
Partes procesales: No (así, de consuno y viva voz).
Funcionario: [Resignación] Como no hay acuerdo, entonces hagamos la audiencia.
Abogado actor: Señor Juez, me afirmo y me ratifico en los fundamentos de hecho y de derecho expuestos en mi demanda inicial e impugno y rechazo los hechos expuestos por el demandado en su contestación (aquí, si se quería, se aumentaban uno o dos adjetivos calificativos tales como: maliciosa, temeraria, abusiva, ilegítima, mentirosa, injuriosa, calumniosa, etc.).
Abogado demandado: Señor Juez, niego categóricamente los fundamentos de la demanda (aquí, si se quería, se aumentaban uno o dos adjetivos calificativos tales como: astuta, insensata, excesiva, fraudulenta, patrañera, vejatoria, ignominiosa, etc.), y me afirmo y ratifico en los fundamentos de hecho y de derecho expuestos en la contestación a la demanda. Solicito un tiempo prudencial para legitimar mi intervención (sin ir autorizados, difícil era llegar a acuerdos).
Y ya.
Así, más o menos, eran las audiencias antes, y naturalmente esto no podía ser responsabilidad de los funcionarios judiciales que debían adaptarse a estas condiciones, pues la normativa adjetiva que regulaba el procedimiento en ese entonces, era indiferente a la realidad y circunstancias que se debían vivir a diario, aumentando a esto la tensión súbita y extrema que se vivía debido a la cercanía irremediable entre las partes, por ejemplo en casos de divorcio, donde los futuros ex cónyuges tenían que estar uno junto al otro, cuando en ese momento lo que menos querían era estar tan cerca.
No con esto quiero decir que todas las audiencias, sin excepción alguna, eran así, en ese tiempo tuve la oportunidad de ver extraordinarias intervenciones de verdaderos maestros de la litigación, y en otras tantas tuve la excepcional oportunidad de ver a grandes magistrados ejercer su autoridad de manera justa y decidida, pero esas excepciones no eran la regla. En cambio, hoy en día tenemos la oportunidad de desenvolvernos en un escenario mucho más adecuado, donde cada uno tiene su propio espacio y hasta escritorio (lo que antes hubiese sido un lujo), en donde las audiencias se graban para evitar fugas, y el juez está presente para dirigir el cauce de la diligencia, donde las partes tienen la oportunidad de desarrollar a ojos del juez (y del cliente) todos los elementos de su defensa. La agilidad mental, la reacción adecuada y la palabra precisa, tienen un rol fundamental, tal es así que pueden desencadenar un triunfo emocionante, o una derrota inminente.